sábado, 12 de marzo de 2011

Kylie Minogue, todo 'kitsch' y mucho amor(criticas de Les folies en barcelona)





A diferencia de otras, Kylie Minogue no está para pasearse en bragas por los sitios, ni para vestirse de harapos, ni considerarse un monstruito del pop de masas. Está muy bien que se tenga autoestima, porque si a alguien le ha costado subir hasta la cima del 'show business' y mantenerse contra viento y marea –y con un inteligente sonido a medida, basado en la reactualización de la disco music, el pop eurovisivo y el dance chispeante– es a ella.

No es tiempo de autoflagelaciones ni de giras de baratillo, por tanto: en el tour 'Aphrodite - Les folies', que anoche recaló en el Palau Sant Jordi de Barcelona, para deleite de 15.000 fans, la diva australiana se metió en la piel de una diosa del amor y recreó un exuberante –y muy 'camp', ahí está la gracia– mundo grecolatino plagado de togas, frisos, penachos, torsos depilados, aceite corporal y múltiples referencias mitológicas.

El 'leit-motiv' básico era su autorrepresentación como Afrodita, diosa de todas las cosas sensuales. Kylie emergió de las olas del mar –no desnuda y ocultando el sexo con un mechón de su melena, como la venus de Botticelli, sino envuelta en delicadas gasas blancas y falda corta de cola nupcial–, representando así el nacimiento de su alter ego olímpico. Detrás suyo, un partenón de ocho columnas corintias y un coro de bailarines repartido entre vestales discretas y guerreros de cuerpos esculpidos, acaso, por el cincel de Fidias.

Más tarde, en 'Illusion', cabalgó a lomos de un Pegaso dorado, y en 'Closer' se dejó transportar –por los aires, como en un trapecio– por un Ícaro negro. Bailó, desafió la gravedad –capacidad sólo al alcance de diosas y héroes– y dirigió, sin que se le borrara la sonrisa ni se le corriera el maquillaje –estupenda durante dos horas estuvo–, un show excesivo que acabó, como no podía ser de otra forma, en un escenario que parecía los misterios de Eleusis, en orgía de cuerpos y ritmos house.
Un concierto que esquivó el ridículo

El concierto podía haber caído fácilmente en un error: la horterada mayúscula, y eso que el Sant Jordi parecía un parque temático. Es cierto que lo grecorromano está de moda –mírese el cine de masas desde 'Gladiator', 'Troya' y '300', o la televisión de ídem con 'Spartacus' y su festín de sangre y abdominales–, pero equivocarse en la medida puede llevar al ridículo.

Kylie bordeó con mucho cuidado la fina línea que separa lo sugerente (y lo culto) de lo cutre, y eso que, si intenta hacerlo más 'kitsch' no le sale. Cuando, antes de atacar a solas casi a pelo y sin coreografía 'Come into my world', se tumbó sobre la pasarela para besar a su 'Cupido' Andrés Velencoso, que estaba entre los vips, el gesto fue tan entrañable que la masa casi llora. Quiere y puede ser la princesa del pueblo.

Sí, había momentos que rozaban el chiste –Kylie arrastrada en carro por una falange de esclavos, como un general victorioso tras la batalla, en 'I believe in you'–, pero otros dieron la medida de calidad del montaje: 'Slow', con una coreografía que simulaba la de películas tipo Escuela de sirenas sobre una plataforma giratoria inclinada, fue un instante para recordar por su elegancia y buen gusto.
Un espectáculo sostenido por las canciones

En ese equilibrio, en combinar el exceso con la modestia, está la clave de un espectáculo que nunca desfallecía porque siempre estaba sostenido por las canciones. El repertorio, depurado de momentos flojos y con una representación completa de sus mejores hits de los últimos diez años –desde 'Spinning around' hasta la conclusión, 'All the lovers'–, fue intachable.

Así, mientras cada dos por tres iba cayendo un himno –'The one', 'Get outta my way', 'Confide in me', 'Can’t get you out of my head', 'In my arms' y todos los antes citados–, que traían momentos de euforia colectiva pero no sorpresas, la atención verdadera se iba desviando hacia lo visual, hacia esos 'boys' que colgaban de arneses y parecían gimnastas en la prueba de anillas, o en las fontanas de agua, como la de Trevi, que precedieron a la entrada del frenesí eurodance de 'On a night like this'.

Todo culminó en 'All the lovers', o en el mismísimo vestuario de la diosa Kylie, que varió del blanco puro al negro cabaret –con falda y sombrero de copa–, del look casual en shorts tejanos a la capa ceremonial con caperuza dorada. De acuerdo, se dio un baño de masas tirando a exagerado, pero respóndanse a esta pregunta: ¿cuántas veces han vuelto de un concierto con ganas de leer La Iliada?

Sólo un defecto tiene esta diosa Kylie: Afrodita estaba emparejada con Hefesto, que era cojo y feo, y no con un Adonis catalán. Por lo demás, tan entretenido como un musical de Broadway y tan animado como una discoteca en Ibiza a las tres de la madrugada. Ella es todo amor.(fuente elmundo.es)

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